La gente fue
llegando y al final el plan de Carlos de ver una peli con sus amigos fue
sustituido por celebrar todos juntos mi cumpleaños. Cada uno estaba a lo suyo.
Dani no se separaba de Aida y a ella no parecía molestarle. Vane empezó a
charlar con Álvaro y rápido se hicieron amigos. Coraima parecía haberse
olvidado de Sergio, ahora había conocido a David y éste chico sí que parecía
simpático, comprensivo, alegre… Mi hermano y Patri se habían sentado en el
sillón y charlaban animadamente, cualquiera diría que hasta hace escasas horas
se ignoraban completamente. Y yo, bueno… yo me había dedicado a servir a todo
el mundo la bebida, la comida y esas cosas, pero no lo había tenido que hacer
sola, Blas me ayudó en todo momento.
Patri:
María, ¿nos puedes traer otras dos Coca Colas?
Yo: ¡Claro!
Fui a la
cocina. Allí estaba Blas, preparando otro plato de bocadillos para llevarlo al
salón. Saqué dos Coca Colas del frigorífico, pero como antes las habíamos
metido en el congelador, se me cayó una y se rompió. Todo el suelo estaba
mojado de Coca Cola. Carlos quiso entrar en la cocina, pero yo se lo impedí
poniendo el pie en la puerta para que no pudiese abrirla.
Blas se
quedó mirando y empezó a reírse. Dicen que la risa es contagiosa, yo lo
comprobé porque también me empecé a reír de mi torpeza.
Blas: Anda,
vamos a limpiar este estropicio.
Yo: Si,
antes de que entre alguien y se empape.
Blas: Si es
que… ¡no se puede estar en todo!
Cogí la
fregona y limpié el suelo. Menos mal que no se había salido mucho. Blas se me
quedó mirando hasta que dije:
Yo: ¿Me
ayudas?
Blas: Claro,
¿qué hago?
Yo: Coge un
trozo de papel de ahí, ¡por fis!
Cogió el
papel y limpió el mueble en el que había salpicado la bebida. Cuando acabó tiró
el papel a la basura. Me quitó la fregona y terminó de limpiar todo.
Yo: Gracias
por todo, Blas.
Blas: No las
des. Las princesas no deben ensuciarse las manos.
Me puse
colorada y en voz baja dije, pensando que él no me oía:
Yo: Ya… pero
toda princesa necesita un príncipe.
Blas: Yo
creo que ya he encontrado a mi princesa.
Yo: Qué suer…
No pude
terminar la palabra. Blas se acercó a mí. Me besó.
Blas: ¿Quieres
que sea el príncipe que no deje que te ensucies las manos?
No me dio
tiempo a responder. Carlos entró en la cocina en busca de las dos Coca Colas
que no les había llevado.
Coraima:
¡Uy! ¿Interrumpo? Sólo venía a por un par de nesteas.
Yo: No te
preocupes Cora. Toma, aquí tienes.
Carlos:
¡Hola! Vengo a por la tarta, vamos hermanita. ¡Que ya va siendo hora de que te
declares oficialmente mayor de edad!
Salieron de
la cocina. Blas y yo volvíamos a estar solos. Me acerqué a él y… le besé.
Blas: ¿Eso
es un sí?
Yo: ¡Vamos,
que tengo que soplar las velas!
Le cogí de
la mano y volvimos al salón. Carlos se había subido en una de las sillas y
gritaba:
Carlos: ¡Chicos!
¡Patri y yo, volvemos a hablarnos! ¡Hemos arreglado lo nuestro!
Soplé las
velas. No necesitaba pedir ningún deseo. Tenía mi propio cuento de hadas, un príncipe azul y unos amigos cuyo corazón no les cabía en el pecho. Había sido el mejor cumpleaños de mi vida.
Patri: ¡Los
regalos!
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