Coraima
caminaba con la cabeza gacha. A su lado, David, la miraba de reojo de vez en
cuando.
David: ¿Te
pasa algo, nena?
Coraima:
Bueno… no es nada…
David:
Desahógate.
Coraima
levantó la cabeza. Miró a David. Primero a los ojos, después su mirada se
dirigió a los labios de éste. Finalmente decidió que lo mejor era contarle a
alguien lo que le pasaba, y parecía que David estaba muy dispuesto a
escucharla.
Coraima:
Pues verás, hace unos días que lo dejé con mi novio…
David: Vaya…
lo siento mucho, ¿y qué pasó?
Coraima:
Pues que era un cabrón.
David: ¿Y
eso?
Coraima: Él
se llama Sergio. Éramos felices, yo le quería un montón y él simplemente, se
dejaba querer. Pero el otro día le pillé en la puerta de su casa, cuando iba a
darle una sorpresa, besándose con otra chica. Se me cayeron las bolsas que
llevaba en la mano y me quedé allí plantada. No sabía cómo reaccionar. Las piernas
no me funcionaban. Mi corazón quería que saliera corriendo de allí, pero mi
cerebro exigía una explicación a aquello. Así que hice caso a mi cabeza y me
quedé allí. Sergio me vio y se acercó diciendo que no era lo que parecía. Pero
¿qué otra explicación había para ese beso? Me abrazó y me dijo que recogiera
las bolsas del suelo. Me preguntó qué le había llevado a lo que le respondí con
lágrimas en los ojos: “Todo esto, es para ti, puedes quedártelo, pero a mí no
me vuelvas a llamar ni a hablar en tu puta vida.” Y me fui corriendo de allí.
David
escuchó con atención toda la historia de Coraima.
David: ¿Y
dónde dices que vive? Porque estoy por ir a decirle un par de cositas.
Coraima:
David, eres el único que sabe la historia completa. Por favor no se lo digas a
las chicas.
David: No
voy a contar nada, princesa. Pero mis labios no están sellados.
Coraima:
¿Qué quieres de…?
Coraima no
pudo terminar la frase porque David la agarró por la cintura y la besó
dulcemente en los labios. Fue un beso de unos pocos segundos, pero para ambos,
fueron los segundos más esperados de toda la noche.
David: Ahora
sí que están sellados.
La chica
estaba roja como un tomate. No sabía que decir, y no hizo falta decir nada,
porque con ese beso, David lo había dicho todo.
David: Yo
prometo que nunca tendré ojos para otra.
Coraima: ¿A
qué te refieres?
David: A
que, si tú quieres, me gustaría empezar una bonita historia contigo. ¿Qué me
dices?
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