Álvaro: ¿Te
acompaño a casa?
Vane: No
hace falta, si vivo aquí al lado.
Álvaro:
Venga, va, que sí, te acompaño que es muy tarde.
Vane: Bueno,
vale. Jajaja
Caminaban
uno al lado del otro. Habían estado hablando durante toda la fiesta de
cumpleaños pero, ahora, ninguno sabía qué decir. Finalmente fue Vane la que
rompió el hielo:
Vane: ¿Qué
te cuentas?
Álvaro: Pues
nada… que tengo sueño.
Vane: Yo
también. Bueno, ya hemos llegado.
Era un
chalet decorado con un montón de flores. En la puerta había un cartel en el que
ponía:
“Si entras,
de aquí no sales.”
Vane buscó
las llaves en el bolso.
Vane:
¡Mierda!
Álvaro: ¿Qué
pasa?
Vane: Me he
dejado las llaves…
Álvaro: ¿Y
no hay nadie en tu casa?
Vane:
Álvaro… son las cuatro de la mañana… no voy a llamar al timbre a estas horas…
Alguien
entreabrió la cortina de una de las ventanas. Parecía una niña pequeña. Volvió
a correr la cortina. Al momento abrió la puerta.
Hermana:
Hola Vane, ¿quién es ese?
Vane: Es… un
amigo.
Álvaro: Hola
peque.
La niña se
quedó mirando a Álvaro fijamente. Examinándolo de arriba abajo.
Álvaro: ¿Has
hecho tú este cartel?
Hermana: Sí,
¿por?
Álvaro: Es
muy chulo. Jajaja.
Hermana:
Gracias. Vane, me cae bien este chico. ¿Cómo te llamas?
Álvaro: Me
llamo Álvaro.
Vane: Bueno
enana, vete a dormir que es muy tarde.
La pequeña se
fue dando saltitos hacia dentro de la casa.
Vane: Bueno,
Álvaro, hasta otra.
Álvaro:
¿Hasta otra? Espero que sea pronto.
Vane: Y yo.
Vane
sujetaba la puerta con el pie e iba a girarse para entrar en casa cuando, de
pronto, sintió que una mano agarraba la suya suavemente. Se giró. Y al torcer
la cabeza sintió cómo los labios de Álvaro presionaban los suyos en un beso
apasionado pero a la vez, inolvidable. Ninguno de los dos sabía lo que ese beso
significaría en sus vidas a partir de ese momento.
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