Blas y yo habíamos decidido poner una
película. Él había insistido en ver “Titanic” y a mí me encantaba. Preparamos
unas palomitas y nos sentamos en el sofá. Cuando en la pantalla aparecieron las
palabras: “The end” las lágrimas recorrían mis mejillas.
Blas: ¿No dijiste que te gustaba esta
película?
Yo: Y me encanta, pero no puedo evitar
llorar cuando la veo.
Apagué la televisión.
Yo: Voy a encender la luz.
Blas me cogió del brazo, buscó mi cara con
las manos y me secó las lágrimas.
Blas: Las princesas no lloran.
Yo: Pero yo no soy una princesa.
Blas: Sí que lo eres.
Yo: Pues habrá que cambiar la frase, porque
esta princesa sí que llora.
Blas: Pues secaré tus lágrimas.
Yo: Te quiero.
Blas me acercó a él y me besó. <<Bip
bip>>.
Yo: Un whatsapp.
Cogió el teléfono y leyó el whatsapp en voz
alta:
Blas: Chicos, ¿salís a cenar con nosotros?
Yo: ¿Quién lo ha dicho?
Blas: David.
Yo: ¿Salimos?
Blas: Vale, ¿les digo que a las 21.00 en la
McDonald’s?
Yo: Genial.
Lo puso por el grupo. Todos dijeron que sí,
excepto Patri y mi hermano.
Blas: ¿Se lo decimos a Carlos y a Patri?
Justo en ese instante Carlos y Patri
abrieron la puerta.
Carlos: ¡Hola!
Blas: Hola chicos, hemos quedado a las 21.00
en el McDonald’s.
Patri: ¿Y qué hora es?
Yo: Pues son las… ¡20.30! ¡Mierda, que no me
da tiempo a prepararme!
Patri: María, ¿por qué lloras?
Yo: ¡Jack se ha muerto!
Patri: ¿Qué Jack?
Blas: Es que hemos visto “Titanic”. Jajaja.
Patri: ¿Cómo elegís esa película?
Blas: Dijo que le encantaba. Jajaja.
Yo: Bueno, me voy a prepararme.
Blas: Vale, yo tendré que pasar por casa a
por algo de ropa.
Carlos: Venga que te la dejo yo, que no
tenemos tiempo.
Nunca me había arreglado para salir en tan
poco tiempo. Eran las 20.45 y ya estaba preparada para salir por la puerta. Me
miré en el espejo. Éste me devolvió la imagen de una chica con un vestido negro
de palabra de honor, zapatos de tacón y pelo recogido en una coleta de la que
caían dos mechones de pelo oscuro a ambos lados de la cara.
Blas: Estás preciosa.
Miré al espejo. Estaba justo detrás de mí.
Carlos le había prestado unos pantalones vaqueros negros y una camiseta blanca
de manga corta.
Yo: Gracias, pero tú tampoco te quedas
atrás.
Me besó. Carlos tosió disimuladamente detrás
de nosotros.
Carlos: Llegamos tarde parejita.
Yo: ¡Vamos!
Cogí a Blas de la mano. Mientras Patri me
susurraba al oído: “Tenemos que hablar”.
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